sábado, 29 de enero de 2011

¿Trato hecho?

Me separo de ti con la misma indecisión con la que abordo cualquier aspecto de mi vida… pero con firmeza. Es posible que flaquee, pero no habrá vuelta atrás. Llevamos tanto tiempo juntos que no concebimos la vida el uno sin el otro, pero eso no quiere decir que no sea posible. Por eso hoy marco nuestro espacio, el tuyo, el mío y el de mis sueños.

El círculo vicioso en que giran nuestras vidas me ha envenenado. Ya no queda nada de la inocente niña que era cuando te conocí. He descubierto en mí una maldad que me agota, que me desgarra y que me duele. Y estoy cansada. Necesito respirar de nuevo y volver a ver la vida, volver a ver el mundo con la alegría de una adolescente, de aquella que dejé atrás con el paso de los años y de la que creí que no quedaba nada. He descubierto que no es así. Siempre he sido un alma libre y soñadora, ensombrecida por una relación que se me antojaba completa y que se desmoronó a base de decepciones. Pero no ha sido tu culpa, es posible que la culpable sea yo. He sido yo quien se ha dejado llevar por el día a día de una rutina insulsa y aburrida. Necesito reír, como antes, reír por todo y ver el mundo como la locura que es y ser capaz de formar parte activa de ella. Necesito sentirme libre para soñar despierta, para ilusionarme por el trabajo como antes, para disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, de una sonrisa que me alegra el día, de una luna que me ofrece mil ilusiones, de un amanecer que promete esperanza… Necesito fe, en mí misma, en el mundo, en la vida, en el futuro. Necesito fe con desesperación. Y necesito soñar, soñar mucho, soñar despierta, dormida, soñar con la música, soñar mirando el cielo, el mar, soñar con la imaginación… Necesito crear mundos ideales que tú no me permites idear… y vivir en ellos una existencia irreal pero placentera que me aleje temporalmente de esta realidad cotidiana que me aplasta con el peso de los años.

Me gustaría tener la facilidad de los niños para soñar. Ahora, con el paso del tiempo y la falta de costumbre, los engranajes de mi factoría de sueños están oxidados, pero no rotos. Por eso vamos a hacer una separación amistosa. Tú, realidad, te quedarás conmigo durante el día, cuando riges mi existencia y la de todos los humanos, cuando no es posible abordar la vida desde otra perspectiva, pero me permitirás momentos de  ensoñación en algunos casos, como cuando mi mente se sumerja en la espiral soñadora de un buen libro. Durante la noche, seré libre de soñar y de vivir sin reglas, sin restricciones y sin remordimientos. Podré crear mundos disparatados, ideales, fantasiosos, románticos, pasionales, alocados, ingenuos… mundos irreales que se desmoronarán cuando toque el despertador, o cuando algo me traiga de vuelta a ti.

Permíteme mi espacio, mi tiempo de desconexión, mi válvula de escape… y prometo serte fiel en tu plano y no volver a lamentarme.
¿Trato hecho?

viernes, 28 de enero de 2011

¿Dónde estará mi anillo?

Hace un tiempo bajé a tirar la basura antes de ir a pasar la tarde fuera de la ciudad. Para ser sincera, es algo que no suelo hacer porque normalmente lo hace mi pareja, eso sí, sin dejar de protestar en ningún momento, no vaya a ser que me crea que lo hace de buena gana.
Iba monísima, no de guapa, sino de arreglada: vestido, tacones, gafas de sol… nada que envidiar a Victoria Beckham salvo la cuenta corriente, por supuesto. Cuando llegué al contenedor y pisé la palanca , di un fuerte tirón a la bolsa que llevaba enganchada a la mano y al soltarla dentro, sentí cómo caía junto al anillo que llevaba puesto. Nerviosa, miré la otra mano para comprobar qué anillo había caído y suspiré al ver que el de madera y coco que me había traído mi hermana de sus vacaciones en Mallorca seguía en mi dedo anular.
El anillo que perdí era de esos malos, malísmos, que hasta me desteñía el dedo. Lo había comprado hacía bastante tiempo en mi pueblo y me había costado cinco euros. Aún recuerdo la cara de mi marido cuando le dije el precio... me vino a decir algo así como “¿estás de broma, no? Como mucho 3”. Tengo que decir que él vive en los mundos de yupi. Se cree que con diez euros podría llegar al fin del mundo, así que mi anillo le pareció poco menos que una joya de la corona. Ahora debería enfrentarme al hecho de contarle que lo había perdido. No es que se fuese a enfadar, ni mucho menos, es que no tenía ganas de oírle decir lo desastre que soy… sobre todo cuando yo ya estoy más que enterada de ello, aunque como es normal no me guste que me lo recuerden. 
Miré por un momento a ambos lados de la calle. Era un domingo por la tarde y las aceras estaban desiertas. Observé mis ropas, mis tacones y mi pelo limpio… Recordé que el coche llegaría por mí en unos minutos, así que sin perder tiempo, eché la cabeza dentro del contenedor. Sólo había un par de bolsas en el fondo, si quería recuperarlo tendría que meterme de lleno allí dentro. Se me empezó a revolver el estómago sólo con pensarlo. Eché otra mirada a mi alrededor, y de nuevo al interior del contenedor. Miré el desteñido de mi dedo y tomé una decisión (en tiempo récord, teniendo en cuenta que la indecisión es mi mayor defecto). Agarré el bolso con firmeza, levanté la cabeza bien alto y cerré la tapa. Al diablo con el anillo, mi dignidad vale más. Eso sí, si en vez de ser el lila hubiese sido el de coco, me habría lanzado de cabeza. Lo juro por el mismísimo Ian Somerhalder, mi amor platónico de la semana.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Una de aventuras...

Hace unas semanas una amiga mía vino a visitarnos. Estuvimos viendo algunos sitios con “encanto” de la ciudad, tomando fotos, hablando… el tipo de cosas que hacen los amigos.
 Uno de esos días, decidí que sería buena idea ir a un parque natural que hay a las afueras, con unas vistas magníficas. Además, hay un lago muy bonito con patos y algunos domingos vamos con la niña a darles pan. Así que, cuando recogimos a la peque en el colegio, arrancamos en mi Ibiza hacia allá. Tengo que decir que mi Ibiza tiene ya unos cuantos años y kilómetros y ya me ha dado algún que otro sustillo, pero me encanta. Es pequeñito, práctico para la ciudad y cómodo. Sólo había ido a ese parque unas cuantas veces, siempre con mi marido y siempre conduciendo él, y como yo no me fijo en nada cuando voy de copiloto, nos perdimos. Dimos vueltas y más vueltas, pasamos por los mismos cruces una y otra vez. Desembocamos en un pueblo bastante alejado del parque, volvimos a internarnos en el monte y, de repente, la civilización desapareció. No había una triste casa a varios kilómetros a la redonda.
A mí no me estresa particularmente perderme. Soy muy tranquila en ese aspecto y sé que siempre llegaré a algún sitio, o encontraré a alguien a quién preguntar, o, en última instancia, podría llamar por el móvil. Sin embargo, creo que mi amiga Carmo estaba empezando a preocuparse. Con tanto ajetreo y tanta vuelta sin sentido, me entraron las ganas de hacer pis, y como no sabía el tiempo que tardaríamos en salir de allí, eché el coche a un lado de la carretera y me puse a lo mío esperando que no fuese temporada de caza y confundiesen mi trasero con algún animal. Mi amiga, mientras tanto, se reía y sacaba algunas fotos que, por fortuna, tuvo a bien borrar después. Luego de subir al coche y empezar a dar vueltas de nuevo, llegamos a un cruce de esos que ya habíamos pasado mil y una veces y, de pronto, se hizo la luz. Habíamos llegado al fin.
Cuando me dispongo a dar la vuelta para coger el cruce, meto primera y siento totalmente holgada la palanca de cambios. No entraba ninguna marcha. Estaba en un cruce, en medio de la nada, con un coche moribundo. Al final descubro que la marcha atrás sí entra, aunque al soltar el embrague vaya hacia delante, pero como no estaba el asunto para ser tan tiquismiquis, así subimos al parque, con la marcha atrás puesta. El día está mejorando por momentos, no hay duda. Después de aparcar el coche, no sé a quién llamar ni qué hacer. Hay huelga general, así que los talleres están cerrados y aunque llame a la grúa para que recoja el coche, ¿a dónde lo puede llevar? Para más inri, en el bolso no tengo más que algunos euros sueltos porque tengo la fea costumbre de tirar de tarjeta para todo. Llamo a mi marido y me dice que deje el coche allí, que llamemos a un taxi y que ya irá él a buscarlo. Sin embargo, decido llamar a una amiga.
 Mientras esperamos, la niña empieza a darle de comer a los patos. Era un miércoles, si mal no recuerdo, así que los pobres llevarían sin comer desde el domingo. Le gente, verdaderamente, es un poco inconsciente. Los fines de semana llegamos y empachamos a los pobres animales hasta reventar… y luego nadie se acuerda de ellos en toda la semana. Como consecuencia, digamos que los animalitos estaban un tanto agresivos. Nos acorralaron. Cuanto más nos echábamos hacia atrás, más se envalentonaban los bichos. Creo que ésa fue la primera vez en mi vida que tuve verdadero miedo a un pato. Venían como locos, nos picoteaban los zapatos y mordisqueaban la bolsa de plástico en la que llevábamos el pan. No nos llegaban las manos para echarles el pan a la velocidad que traían ellos. Llegado ese punto, temí realmente por la integridad de mi hija, así que solté al aire la bolsa del pan, cogí a la niña en brazos y corrí como alma que lleva el diablo.

He aprendido varias cosas de aquella aventura. Para empezar, la próxima vez que quiera ir a algún sitio al que no sé llegar, iré en el coche de mi marido, que tiene GPS.  Por cierto, mi amiga, la que nos “rescató”, llegó en poco más de diez minutos sin perderse, a pesar de ser la primera vez que iba allí. Eso demuestra que además de despistada soy un poco gilipollas.
Mi Ibiza ha sido milagrosamente resucitado gracias a la maña del mecánico que vive conmigo, pero lo cierto es que lo nuestro ya no es lo mismo, no creo que pueda volver a confiar en él como antes, así que ahí está, descansando en el garaje en sus merecidas, aunque mal reclamadas vacaciones.
 Si vuelvo entre semana a dar de comer a los patos, tendrá que ser un lunes, o bien ir debidamente preparada y protegida, y a poder ser, con algún “arma” que mantenga a los peligrosos animales a una cierta distancia.
Por último, aunque la visita no fue exactamente como la habíamos planeado, lo cierto es que nos reímos mucho y lo pasamos bien a pesar de los incidentes, de modo que la moraleja de todo esto sería algo así como “Échale tu mejor sonrisa al mundo, aunque el mundo se empeñe en tocarte los…”.
Como dicen en American History X, siempre viene bien terminar un trabajo con una cita porque siempre hay alguien que lo ha hecho mejor que tú y, si no puedes superarlo, róbaselo y aprovéchate. Yo me voy a aprovechar de la fantástica pluma de Paulo Coelho:
Dios creó el desierto para que el hombre pudiera sonreir al ver las palmeras.

martes, 19 de octubre de 2010

Flechazo...

Con este buen tiempo que aún nos acompaña, no es de extrañar que una salga de casa con tan buen humor. Y para mejorarlo notablemente, cada mañana saludo con la mejor sonrisa a mi recién descubierto amor platónico. Parecerá una locura, pero desde que lo he descubierto, me arreglo cada mañana como si se fuese a fijar en mí… a veces incluso me parece que me sigue con la mirada.

Hace algunas semanas lo vi por primera vez, imponente, misterioso y perfecto. Era el hombre ideal, sin duda. Lamentablemente, como todas sabemos, el hombre perfecto (me refiero al hombre “perfecto” de verdad) no existe. Yo me había “enamorado” de una imagen y del misterio que lo rodeaba, literalmente hablando: de una foto gigante que preside el estadio de mi ciudad desde hace algún tiempo.

Una tarde al llegar a casa decidí buscar información sobre él. Supongo que en el fondo, aunque fuese consciente de lo platónico de mi fascinación, tenía la esperanza de llegar a toparme alguna vez con él por las concurridas calles de esta ciudad y disfrutar en vivo y en directo de su perfección. Así que podrán ustedes imaginar la decepción que me llevé cuando descubrí que el buen hombre había fallecido y, ni más ni menos, que a los 80 años de edad.

Definitivamente, lo mío es muy grave. Claro que, si lo pienso bien, tenía que haberme dado cuenta antes.  Por un lado, la mayoría de mis “amores platónicos” son justamente fieles a su nombre y total e irremediablemente imposibles. Por otro lado, de haber visto a aquel hombre en cualquier parte (rondando el estadio, en los periódicos, en la televisión…), lo habría recordado sin lugar a dudas. En fin… chafada en mis ilusos sueños adolescentes tardíos, sigo saludándolo con mi mejor sonrisa, consciente de lo inocente del flechazo.

Me pregunto qué habría ocurrido si hubiese nacido unos setenta años antes o él unos setenta después... Seguramente para el caso habría sido lo mismo, como mucho me lo habría cruzado por la calle, se me habrían subido los colores hasta las pestañas y no me habría atrevido ni a mirarlo de reojo... Al menos de esta forma, cabe la duda de lo que podría haber sido y no fue… Al fin y al cabo, la vida es sueño y los sueños, sueños son.

Menos mal que mi pareja me comprende y ha llegado a reírse de mis idas y venidas mentales. De otro modo, me sentiría poco menos que una traidora por mis enamoramientos fugaces y soñadores, aunque éstos duren, ciertamente, lo mismo que mis intenciones para hacer dieta o para dejar de fumar...