viernes, 28 de enero de 2011

¿Dónde estará mi anillo?

Hace un tiempo bajé a tirar la basura antes de ir a pasar la tarde fuera de la ciudad. Para ser sincera, es algo que no suelo hacer porque normalmente lo hace mi pareja, eso sí, sin dejar de protestar en ningún momento, no vaya a ser que me crea que lo hace de buena gana.
Iba monísima, no de guapa, sino de arreglada: vestido, tacones, gafas de sol… nada que envidiar a Victoria Beckham salvo la cuenta corriente, por supuesto. Cuando llegué al contenedor y pisé la palanca , di un fuerte tirón a la bolsa que llevaba enganchada a la mano y al soltarla dentro, sentí cómo caía junto al anillo que llevaba puesto. Nerviosa, miré la otra mano para comprobar qué anillo había caído y suspiré al ver que el de madera y coco que me había traído mi hermana de sus vacaciones en Mallorca seguía en mi dedo anular.
El anillo que perdí era de esos malos, malísmos, que hasta me desteñía el dedo. Lo había comprado hacía bastante tiempo en mi pueblo y me había costado cinco euros. Aún recuerdo la cara de mi marido cuando le dije el precio... me vino a decir algo así como “¿estás de broma, no? Como mucho 3”. Tengo que decir que él vive en los mundos de yupi. Se cree que con diez euros podría llegar al fin del mundo, así que mi anillo le pareció poco menos que una joya de la corona. Ahora debería enfrentarme al hecho de contarle que lo había perdido. No es que se fuese a enfadar, ni mucho menos, es que no tenía ganas de oírle decir lo desastre que soy… sobre todo cuando yo ya estoy más que enterada de ello, aunque como es normal no me guste que me lo recuerden. 
Miré por un momento a ambos lados de la calle. Era un domingo por la tarde y las aceras estaban desiertas. Observé mis ropas, mis tacones y mi pelo limpio… Recordé que el coche llegaría por mí en unos minutos, así que sin perder tiempo, eché la cabeza dentro del contenedor. Sólo había un par de bolsas en el fondo, si quería recuperarlo tendría que meterme de lleno allí dentro. Se me empezó a revolver el estómago sólo con pensarlo. Eché otra mirada a mi alrededor, y de nuevo al interior del contenedor. Miré el desteñido de mi dedo y tomé una decisión (en tiempo récord, teniendo en cuenta que la indecisión es mi mayor defecto). Agarré el bolso con firmeza, levanté la cabeza bien alto y cerré la tapa. Al diablo con el anillo, mi dignidad vale más. Eso sí, si en vez de ser el lila hubiese sido el de coco, me habría lanzado de cabeza. Lo juro por el mismísimo Ian Somerhalder, mi amor platónico de la semana.

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