martes, 19 de octubre de 2010

Flechazo...

Con este buen tiempo que aún nos acompaña, no es de extrañar que una salga de casa con tan buen humor. Y para mejorarlo notablemente, cada mañana saludo con la mejor sonrisa a mi recién descubierto amor platónico. Parecerá una locura, pero desde que lo he descubierto, me arreglo cada mañana como si se fuese a fijar en mí… a veces incluso me parece que me sigue con la mirada.

Hace algunas semanas lo vi por primera vez, imponente, misterioso y perfecto. Era el hombre ideal, sin duda. Lamentablemente, como todas sabemos, el hombre perfecto (me refiero al hombre “perfecto” de verdad) no existe. Yo me había “enamorado” de una imagen y del misterio que lo rodeaba, literalmente hablando: de una foto gigante que preside el estadio de mi ciudad desde hace algún tiempo.

Una tarde al llegar a casa decidí buscar información sobre él. Supongo que en el fondo, aunque fuese consciente de lo platónico de mi fascinación, tenía la esperanza de llegar a toparme alguna vez con él por las concurridas calles de esta ciudad y disfrutar en vivo y en directo de su perfección. Así que podrán ustedes imaginar la decepción que me llevé cuando descubrí que el buen hombre había fallecido y, ni más ni menos, que a los 80 años de edad.

Definitivamente, lo mío es muy grave. Claro que, si lo pienso bien, tenía que haberme dado cuenta antes.  Por un lado, la mayoría de mis “amores platónicos” son justamente fieles a su nombre y total e irremediablemente imposibles. Por otro lado, de haber visto a aquel hombre en cualquier parte (rondando el estadio, en los periódicos, en la televisión…), lo habría recordado sin lugar a dudas. En fin… chafada en mis ilusos sueños adolescentes tardíos, sigo saludándolo con mi mejor sonrisa, consciente de lo inocente del flechazo.

Me pregunto qué habría ocurrido si hubiese nacido unos setenta años antes o él unos setenta después... Seguramente para el caso habría sido lo mismo, como mucho me lo habría cruzado por la calle, se me habrían subido los colores hasta las pestañas y no me habría atrevido ni a mirarlo de reojo... Al menos de esta forma, cabe la duda de lo que podría haber sido y no fue… Al fin y al cabo, la vida es sueño y los sueños, sueños son.

Menos mal que mi pareja me comprende y ha llegado a reírse de mis idas y venidas mentales. De otro modo, me sentiría poco menos que una traidora por mis enamoramientos fugaces y soñadores, aunque éstos duren, ciertamente, lo mismo que mis intenciones para hacer dieta o para dejar de fumar...

No hay comentarios:

Publicar un comentario